Te estoy escribiendo a ti

Te estoy escribiendo a ti
El valle del río Elba.

Una manera efectiva de escribir un diario comprensible es disolver la diferencia entre la primera y la segunda persona. Un diario, en otras palabras, puede partir de un ejercicio en la imaginación, en el cual se supone que han colapsado los dos polos de la comunicación interpersonal: ya no hay un yo o ya no hay un tú, uno de los dos ha sido reabsorbido por el otro.

Pero, en ese formato posible, no es obvio cuál de los dos es el que desaparece. Mi opción preferida es que desaparezca el yo, que quede solo el tú. Al elegir esta opción, la privacidad del ejercicio se agota en el acto de la lectura y no se extiende al de la escritura, porque quien escribe se piensa como lector.

Esto facilita la comprensión para dos personas.

La primera es la persona misma, la que escribe, quien podrá sentirse extrañada al leerse. En el futuro es posible, y es usual, que el ella diga: "es como si esto no lo hubiera escrito yo". En un sentido, es cierto que quien lee ya no es la misma persona: tiene otros recuerdos, ha cambiado de gustos, ha cambiado de relaciones, envejeció o simplemente falla en reconocer como propios los motivos para escribir esas palabras. Pero en otro sentido también es falso que la que lee es distinta, porque el ejercicio de leerse presupone la retención de la identidad, por mínima que sea.

La segunda persona cuya comprensión se beneficia de escribir sin distinguir al yo del tú es cualquiera otra que lea y que no sea, en ese sentido de la retención de la identidad, la misma que escribe. Suponer que "Te estoy escribiendo a ti", como un ejercicio en la imaginación, produce (¿o proviene?) del deseo de ser leído y comprendido. Este deseo puede ser personalmente dirigido, como en el caso de la carta, o puede ser la proverbial botella lanzada al mar.

Por esto, en un sentido muy básico, el acto de escribir está motivado y es interpretable en términos del cumplimiento del deseo de preservar una memoria. A veces ese alguien más es uno mismo imaginando su propia aniquilación (en el texto mismo). Después de todo, en un texto sin verbos conjugados en la primera persona, el que escribe solo aparece implícitamente, como sin querer queriendo.

Como cualquiera que anote sus citas en una agenda puede atestiguar, la identidad retenida a través del tiempo no garantiza la exhaustividad de los recuerdos. Con seguridad, la escritura que quiera ser comprensible exige mayor esfuerzo. Como mínimo, es porque uno tiene misericordia de sí mismo.